Todos tenemos un pasado. Y aunque este ya no exista, las experiencias dolorosas vividas en la infancia marcan nuestro carácter, dejan huella.
Estas son algunas heridas emocionales de la infancia que dejan su eco en el futuro
La infancia es una etapa vital que nos condiciona para el resto de nuestros días. Hay infancias relativamente felices y estables, pero casi todos hemos vivido en alguna ocasión alguna situación que nos ha marcado. ¿Cuál es el rastro que estas heridas emocionales infantiles nos dejan para el futuro?
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El miedo al abandono
Quienes han experimentado el abandono en su infancia consideran la soledad como su mayor enemigo. Les marcó tanto que se encuentran en constante vigilancia para no quedarse solos, por lo que en muchas ocasiones tomarán ellos la iniciativa de abandonar a los demás por temor a revivir la experiencia, como mecanismo de protección.
Su mayor temor es afrontar una separación, de forma que las relaciones son vividas con dosis de inseguridad, miedo y recelo, siendo más vulnerables a la creación de vínculos de dependencia afectiva.
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El miedo al rechazo
Es una de las heridas más profundas porque implica el rechazo hacia nuestros pensamientos, sentimientos y vivencias. Tiene su origen en experiencias de no aceptación por parte de los padres, familiares cercanos o iguales a medida que el niño va creciendo. Cuando un niño recibe señales de rechazo, crece en su interior la semilla del autodesprecio y piensa que no es digno de amar ni de ser amado, interpretando todo lo que le sucede a través del filtro de su herida. La mínima crítica le originará sufrimiento y, para compensarlo, necesitará el reconocimiento y la aprobación por lo demás.
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La herida de la humillación
Esta herida se abre cuando el niño siente que sus padres lo desaprueban y critican, afectando directamente a su autoestima, sobre todo, cuando lo ridiculizan.
Construye una personalidad dependiente que está dispuesta a hacer cualquier cosa por sentirse útil y válida, lo cual contribuye a alimentar más su herida, ya que si los demás no lo reconocen, él tampoco lo hará. Quien ha sufrido la humillación tiene dificultades para expresarse y es especialista en rebajarse a sí mismo. Se considera mucho más pequeño y menos importante de lo que en realidad es, olvidándose de sus propias necesidades.
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La traición o el miedo a confiar
Surge cuando el niño se ha sentido traicionado por alguno de sus padres porque no ha cumplido una promesa. Esta situación generará sentimientos de aislamiento y desconfianza que, en ocasiones, pueden transformarse en envidia, debido a que el niño no se siente merecedor de lo prometido y de lo que otras personas tienen. Esta herida emocional construye una personalidad fuerte, en la que predomina la necesidad de control para asegurar la fidelidad y lealtad, que muchas veces no permite respirar a los demás.
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La injusticia
Esta herida emocional se origina cuando los progenitores son fríos y rígidos, con una educación autoritaria y no respetuosa hacia los niños. La exigencia constante generará sentimientos de ineficacia, inutilidad y la sensación de injusticia. Esta herida emocional genera adultos rígidos que no serán capaces de negociar ni de mantener diálogos con opiniones diversas. Sus intenciones girarán en torno a ganar poder e importancia, siendo fanáticos del orden y el perfeccionismo.
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