Cuando algo se acaba, hay que despedirse.
Sólo así recupero mi auténtico yo y me dispongo a vivir en el presente sin ataduras y apegos. Sin haber dicho adiós a los sitios, circunstancias, relaciones… nos quedamos bloqueados en el camino. No podemos seguir con las puertas abiertas al pasado, porque cerraremos la puerta que nos abre a nuestro futuro. Sin haber cerrado una relación no podemos abrir plenamente otra nueva; sin decir adiós a un ser querido, no podremos querer a los que se quedaron.
Despedirse es un ejercicio consciente; no es algo espontáneo. Muchas veces no nos despedimos de las personas que ya no están en nuestras vidas; en ocasiones porque no sabemos, en otras, porque no nos atrevemos.
¿Cuándo sabemos que no he elaborado suficientemente una pérdida? Cuando me vienen ganas de llorar cuando me acuerdo de esa persona…
- Cuando no quiero ver a amigos comunes, ni me atrevo a pisar los espacios que compartimos en el pasado…
- Cuando evito sufrir y me dedico a pasarlo muy bien para no pararme a sentir…
- Cuando sólo me acuerdo de lo bueno que tenía… o, por el contrario, de lo malo que era… No hay término medio…
- Cuando sólo siento rabia porque ya no esté, incluso recordando los momentos buenos que se han compartido…
Si es así, entonces tengo que seguir trabajando mi proceso de duelo.
…hhh…