Voy al psicólogo y no estoy loco. Además, loco es una etiqueta figurativa descalificadora que nadie debería usar para denominar a las personas con problemas mentales. Yo, voy al psicólogo a que me ayude a cambiar mi bombilla, esa que parece estar fundida por las circunstancias.
Voy al psicólogo porque necesito ordenar mis pensamientos, manejar mis emociones y aprender a vivir mejor. Voy porque me hace sentir bien, porque me ayuda a adquirir recursos para hacer frente a la vida y buscar el bienestar.
Conozco el sonido de las piedras golpeando mis pies y estorbando mi camino, conozco la abrasadora sensación de no encontrar sentido a la vida, de no poder ponerle nombre a los sentimientos, de no parar de pensar que todo puede ir mal, de no encontrar salida al callejón de la vida”.
Este podría ser el discurso de cualquier persona que acude a terapia. Da igual los motivos que te lleven a acudir a terapia, NO HAY NADA NEGATIVO EN HACERLO. Todo lo contrario, se requiere mucha valentía para dar el paso y permitir que un profesional te ayude a desanudar los enredos más íntimos.
Hay que ser muy valiente para no ignorar una punzada en el estómago de nuestras emociones. Hay que ser muy valiente para abrir nuestra mente y nuestro interior a un profesional. Hay que tener mucho coraje para reconocer que hay algo que tenemos que cambiar.
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